Cuando empecé a sacar fotos por hobbie, tenía diecisiete años y una cámara semipro abandonada por su propia dueña. Ese día mi manía por darle utilidad a las cosas inútiles y olvidadas que hay en mi casa, me hizo salir a pasear por la ciudad con mis amigas con la cámara colgada en el cuello.
Fue así como descubrí que además de fotografiar la ciudad y los paisajes, me gustaba retratar a las personas. De tanto observar, empecé a notar un valor artístico en la espontaneidad de la gente en el espacio público y me convertí en una cazadora de poses que no son poses y momentos casuales que transformé en únicos.
Más tarde me pregunté si podía convertir a la fotografía en algo social. Porque así como le busco la utilidad a las cosas inútiles de mi casa, examino e intento registrar lo positivo y constructivo a los instrumentos que creamos para crear: en este caso, la cámara.
Sentí que la fotografía podía ser algo más que un arte y una pasión: ¿Y qué tal sería que esta fuera un portal hacia la realidad y la toma de conciencia social?
Investigué sobre lo que comenzaba a hacerme ruido y me encontré con el fotoperiodismo y luego con la fotografía humanista, dos prácticas que retratan la realidad.
"Aylén, vos siempre caés en el mismo círculo: hobbie -> pasión -> pregunta filosófica -> investigación -> reflexión -> descubrimiento -> cambio de paradigma -> nueva utilidad a una cosa". No hay caso, la fórmula siempre es la misma.
Cuando empecé a ir todos los sábados a Villa Inflamable, mi visión de la fotografía, tanto como del mundo, se modificaron por completo. Fue un cambio de paradigma que despertó algo nuevo en mí y qué lástima que estuvo dormido tanto tiempo.
¿Qué pasaría si les saco una foto? ¿se molestarían?
¿Y qué ocurriría si la subo a alguna red social? ¿Qué pensaría la gente de instagram, acostumbrada a corazonear paisajes majestuosos, selfies vacías y fotos de comida, al ver una imagen de un par de nenxs en la villa?
Le encontré la vuelta social a la fotografía: retratar la realidad no con un fin artístico, sino con la intención de concientizar, hacer ver y generarle algo al espectador. Que la foto sea fuerte, que choque, que provoque algo: no placer estético, no alegría o admiración; sino todo lo contrario. Que genere indignación, pensamiento y reflexión.
Una persona utilizando una herramienta sobrevalorada que levanta egos, para fotografiar a otras personas en los lugares menos fotografiados... para mostrar lo que está y siempre estuvo, lo que nos rodea y naturalizamos, lo que existe y no debería de existir. Pero está y lo muestro, porque esta también es nuestra sociedad.
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Fue así como descubrí que además de fotografiar la ciudad y los paisajes, me gustaba retratar a las personas. De tanto observar, empecé a notar un valor artístico en la espontaneidad de la gente en el espacio público y me convertí en una cazadora de poses que no son poses y momentos casuales que transformé en únicos.
Más tarde me pregunté si podía convertir a la fotografía en algo social. Porque así como le busco la utilidad a las cosas inútiles de mi casa, examino e intento registrar lo positivo y constructivo a los instrumentos que creamos para crear: en este caso, la cámara.
Sentí que la fotografía podía ser algo más que un arte y una pasión: ¿Y qué tal sería que esta fuera un portal hacia la realidad y la toma de conciencia social?
Investigué sobre lo que comenzaba a hacerme ruido y me encontré con el fotoperiodismo y luego con la fotografía humanista, dos prácticas que retratan la realidad.
"Aylén, vos siempre caés en el mismo círculo: hobbie -> pasión -> pregunta filosófica -> investigación -> reflexión -> descubrimiento -> cambio de paradigma -> nueva utilidad a una cosa". No hay caso, la fórmula siempre es la misma.
Cuando empecé a ir todos los sábados a Villa Inflamable, mi visión de la fotografía, tanto como del mundo, se modificaron por completo. Fue un cambio de paradigma que despertó algo nuevo en mí y qué lástima que estuvo dormido tanto tiempo.
¿Qué pasaría si les saco una foto? ¿se molestarían?
¿Y qué ocurriría si la subo a alguna red social? ¿Qué pensaría la gente de instagram, acostumbrada a corazonear paisajes majestuosos, selfies vacías y fotos de comida, al ver una imagen de un par de nenxs en la villa?
Le encontré la vuelta social a la fotografía: retratar la realidad no con un fin artístico, sino con la intención de concientizar, hacer ver y generarle algo al espectador. Que la foto sea fuerte, que choque, que provoque algo: no placer estético, no alegría o admiración; sino todo lo contrario. Que genere indignación, pensamiento y reflexión.
Una persona utilizando una herramienta sobrevalorada que levanta egos, para fotografiar a otras personas en los lugares menos fotografiados... para mostrar lo que está y siempre estuvo, lo que nos rodea y naturalizamos, lo que existe y no debería de existir. Pero está y lo muestro, porque esta también es nuestra sociedad.